En estas horas de desesperanzas, cuando la derrota frente a Talleres ha matado tantas ilusiones, es cuando más se debe hacer notar el temple de los hombres. Si bien estos dichos pueden parecer el epílogo de un comentario, son, sencillamente, el comienzo del mismo. Pero además, expresan una cualidad en la que seguramente se hará hincapié a lo largo de la semana: el temple. ¿O es que la fe los ha abandonado y esta caída ha puesto en evidencia sólo debilidades? Claro que el trabajo de esta semana no comenzará con el mismo ánimo con la que se afrontó la anterior luego de la sólida victoria ante Excursionistas. Pero habrá que plantar cara y combatir el desánimo. Y encontrar las respuestas necesarias. Las que nosotros no encontramos cuando tratamos de hacer un poco de memoria y recordar esos primeros cuarenta y cinco minutos desarrollados en Remedios de Escalada. En el que Liniers no jugó bien. Fue una mueca de desencanto. Cuando tuvo la pelota no creó juego imaginativo en función de ella. Faltó movilidad y astucia. Y hubo muchas imprecisiones. Talleres, por el contrario, funcionó cada vez mejor de la mitad hacia arriba. Con una firme tarea de todos sus volantes. Especialmente Jonathan Lezcano y Fernando Pérez. Autores de los dos primeros goles del encuentro en apenas catorce minutos de juego. Ambos jugadores confirmaron su buen momento y completaron una magnífica actuación. Para colmo Liniers regaló el tercer gol. En el minuto treinta y ocho Maximiliano Rodríguez anotó la tercera conquista tras una falla defensiva.
En el complemento las acciones no variaron en demasía. Liniers siguió confundido y Talleres, con el tanteador favorable, se tranquilizó. En el “Celeste” la precisión continuó ausente y no apareció la movilidad, tampoco el ingenio que serviría para anticipar al adversario, apropiarse del esférico, hacerlo circular, llegar al gol. Ese gol que tanto se postergó hasta el minuto veinte, cuando un preciso remate de tiro libre por parte de Adrián Maldonado achicó la diferencia en el marcador. Luego hubo algunos arranques pero solitarios. Faltó marchar en conjunto. Además, el adversario ya le había encontrado la vuelta al partido y todo le salía bien. Por eso definió el encuentro a dos minutos del final con una buena definición de Román Gnocchi, tras una habilitación de Lucas Fernández. El partido se fue yendo junto con las ilusiones de Liniers. Cuatro a uno el marcador final. Los goles de la adversidad son muy amargos pero nunca son estériles. Es en la adversidad cuando uno se debe a sí mismo más respeto que nunca.
Héctor Quatrida
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